miércoles, 12 de diciembre de 2012

Más que palabras




Empiezo a pensar, no sin cierto terror, en como mi vida va raspando el suelo de forma tan seguida los últimos tiempos. Yo ya no hablo de hábitos que hacen al monje, ni de vidas en sueño, sólo se que yo soy el verdadero cámara y a la vez suicida en esta historia. Suicida porque la imaginación rompe los diques y anega cada espacio, cada vacío, cada grito, cada página y cada insecto. No quedan puertas por abrir, no en esta dirección.

A partir de aquí no se si me esperan arcos en el cielo que atravesar. No se si el camino lo marcará una sonrisa entre los robles y entre las hojas que se desploman en su último baile. No se si será en el momento en el que las primeras puñaladas del día se precipitan contra la esfera de la que he de despertar. Sintiéndolo muy dentro, ya no valen las mudas, ya no valen las pausas ni los puntos. Se acabaron los sueños que resbalan de mis palabras sin que afloren en verdad mis emociones. Ya no me valen martillos en cuadrados que dicen ser mi pensar. Ya no valgo, no aquella parte de mi que se encapricha de este dolor fingido en la soledad del que cava su trinchera mientras corren gotas de escarcha por su frente descubierta.

Necesito arder en la niebla. Necesito trepar por mis laberintos. Necesito reconciliarme con la parte de mi que me hizo bestia. Reventar mis dedos en lazos. Atravesar las miradas con mis manos y palpar la arena dorada. Inventarme en un más. Herirme al ver nacer. Extasiarme en esta libertad de verme preso y dejar de sentir.

Ya que no hacen más que errar mis poemas, cuando hablan de mi.