martes, 16 de mayo de 2023

Un día normal en el LIDL

- "Retorcer el flequillo, hasta que haga una mueca imposible.

Coger la mano, en el último suspiro, de una gota resbalando por el juncal, antes de estrellarse contra el suelo.

Caminar por unas cenizas tan ardientes que las cicatrices se tatúen como copitos de nieve en tu piel.

Así me siento ahora mismo"

-Señora, que si quiere bolsa. Está haciendo cola, deje pasar al siguiente.

-"Diría que con todas las lágrimas que hemos llorado hoy somos un océano, si no lo hubiera dicho antes la canción.

Diría también, que tras los grandes sufrimientos, se sienten más dulces las caricias de la vida, si tu corazón no se ha entumecido.

Me siento tan sola que mi único familiar real es Jorge Javier Vázquez y mi gato chispitas. Necesito alguien con quién habl..."

-Que sí que lo siento mucho, búsquese un club de lectura o apúntese a ganchillo, que aquí una está trabajando. ¡SEGURIDAD!





sábado, 16 de noviembre de 2013

Salgan en orden

Se enroscan las palabras, como si fueran rosquillas, pero el tiempo martillea las pieles y las va dejando duras. Ahora mismo todo lo que he escrito aquí empieza a pesarme en los párpados y no me deja crecer las uñas (gran desgracia donde las haya). Oprime sin matar, o matando poco, o matando lento, no se. No es que yo lo quiera, pero mientras paseo los comercios cierran sus persianas y los coches corren hacia la chatarrería con más o menos prisa. Será eso. Será que son pensamientos que dejé olvidados al fondo a la izquierda de la nevera, y ya no sirven para cocinar.

Es eso, lo se. Aunque ponga cara de interesante delante del espejo, voy a hacerle caso a la pupila, que ya no brilla, o brilla menos, o ha perdido la mirada tranquila. Es el alboroto, es el alba roto, es el color descatalogado por haber perdido su esencia, es un estrabismo adulto y ciego.

Política de tierra quemada como última opción. Para quemar lo estanco, porque para ver si el descendiente nació cebolla o nació avestruz, habrá que destruir las radiografías. Eso al menos pienso yo cuando como alpiste, que es lo que me despierta las razones y me descoloca. Y menos mal, que todavía quedan esos pequeños raspones de lucidez, a los que aplicar Betadine en cantidades industriales que me hagan llorar a cántaros.

Que poco se habla de las bolas de paja que se les queda a los gatos en las garganta, pobres ricuras, que yo no se como se tose eso. Nosotros solo nos comemos alguna que otra espina, y nos quejamos de los peces, sin pensar que podría ser peor, podrían tener tibias.

El caso es que me estoy quedando dormido, no se ni si quiera si tendré tiempo de adecentar un poco todo esto antes de que empiece a acumular polvo y selva, y empiece todo a chirriar. Lo haré como siempre mejor supe: Una huida sin decir adiós, sin haber dicho hola. Una huida que nunca empezó.


domingo, 20 de octubre de 2013

Sin duchar


Llega un poco ese momento en el que piensas... ¿que coño te estas haciendo, hijo?
Que me ven "plof" me dicen algunas de las mentes brillantes que me ven pasear por los pasillos con una capa de polvo densa alrededor del cuerpo y unos lagrimones como soles, hechos jirones, dando la vuelta a la mejilla, bajando por la espalda y adentrándose por la avenida de la médula espinal. A ver, no exageremos, realmente me río bastante, con la risa esa alocada que suena como a tambor con mimbres de estar vacío. O eso me creo. O eso me crean.

Ganas de matar pollitos, es lo único que tengo últimamente, la verdad. Meterle doble llave a las ventanas y que no se escapen los suspiros, y si hay que morir ahogado pues se ahoga uno. Pero que no salga, y si sale que tenga que romper el maldito marco del que pendían todas las ilusiones. Un puto huracán, que lo rompa y me saque de tanta mieeeerda, porque hoy no me sale poesía tampoco. Llevo tres o cuatro latidos sin poesía  a corazón parado, asique a la mierda tanta mierda.

Esta última entrada me esta quedando muy chula porque claro, me estoy metiendo a toreo, siendo toro. Embiste que te embiste y zas, otro recadito de hierro y hielo por la piel. Lo de la babilla también, me pende por la comisura de los labios, y me da un aire intelectualillo con el que sobrellevar la tragedia (griega y sin solución).

El caso es no mirar, porque cuando miras me sale el paisaje como desenfocado, y me salen unas fotografías de churros, de media docena y faltos de azúcar, que es como comerse un trozo de banco vamos. ¿Me seguís? pues no lo hagáis porque esto va a terminar violentamente y de un momento a otro. Lo veo.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Entre cortes



Sigo sin saber casi nada de todo lo que empece a aprender. Me empecino y me estoy perdiendo. Creo que esto va a ser de la batalla ¿eh?, ¿EH?, será eso, nada más. Volvían a disparar manos a cinco milímetros de mi cabeza y como que se me despeinaban las letras que llevaba atadas a las puntas del pelo, y como que eso es feo, ¿no?. Será eso, nada más.

¿El resto? ni tan mal, gracias por preguntar. Anoche estuve barriendo los rastrojos de la azotea, y aunque las malas hierbas se mantienen erguidas por un calambre extraño que las hace saltar, ya les hago peinados de colores y les dejo como melenita hacia atrás, y bueno así voy matando el tiempo. A veces saco el arpón y me acerco al borde a intentar alcanzar alguna nube que otra, pero se encaraman a la ventana del firmamento y se quedan tranquilas a ver el mundo girar, y a reírse de mi caza furtiva infructuosa, como suele pasar. Pero oye, de ilusión también se vive (comer se come poco, pero cunden las semillas en la digestión, con un regustillo a café recién molido).

Un día de estos, ya verás, le pego una patada a la indecisión del reloj, y lo mismo cambio de minuto, pero me da rabia ver como se agarra el minutero, da vueltas sobre si mismo, se cree espiga o serpiente cascabel o algo parecido, y se atornilla en su metal para no ver el futuro ni en pintura, ni en blanco ni en negro. Otro  más que se queda a ver el mundo girar. Digamos que vivo en el mundo del inmovilismo indeciso mientras hago cosas hasta que me decido. Y en el de la respiración entrecortada, en ese también. Aunque no se si soy yo que entrecorto las respiraciones o es el aire caprichoso que se acerca cuando le place, para ver si se me ha movido algo por dentro, y sino se mete a revolver un poco todo el tinglado.

Que no hay derecho, que tendré que ponerle una denuncia o algo par allanamiento demorada, la cosa es saber quién me puede llevar estas cosas. A ver, puedo intentar navegar a la isla más cercana a buscar un juzgado de guardia al que intentar hacerle creer que este tipo de delitos son de su jurisdicción, pero no se, está complicado. Quizás por esta noche me prepare un sandwich de almohada, empane mi enjuto cuerpo con las sábanas a cuadros recortadas, y quizás mañana, mande una botella al mar, o un correo en paloma, una medida de estas que sea efectiva, que con estas cosas mejor no jugar.

lunes, 24 de junio de 2013

El cinturón de ayer



He comenzado a aflojarme el cinturón, que uno ya tiene una edad. Si me vieran, yo, a mis años, aflojándose el cinturón, casi como si hubieran caído tres o cuatro decenas de primaveras de golpe, y se me enredaran entre los pelos del ombligo recuerdos de un verano tropical. Para que me comprendan, tengo los años suficientes como para que me hayan aconsejado dejar de cargarme macetas y los justos como para empezar a sentir las hormigas pasear por los pies, y empezar a mirarlas desde arriba, con un cierto resquemor.

La cosa es que el cinturón marcaba ya las doce menos cuarto, y yo estaba a cuatro hebillas de empezar a perder la carne de la que nacen mis sueños. ¿Que ese sitio donde está? Hombre, no soy otorrinolaringólogo ni cualquier otro tipo de científico con nombre gracioso que sepa decir donde tengo este extraño lugar, pero uno sabe que existe. A ver yo lo tengo entre la pared que iluminaba el faro por las noches de mis inviernos y entre las rocas que se dormían al costado de las hierbas silvestres cuando se sentían solas, para sentir a la madrugado el roce fresco y sencillo de las briznas por su espalda. (Perdonar mi torpe explicación, pero es que ando mendigando peso todavía...)

El caso es que no se de donde empecé a sospechar que se me notaban los huesos de la espalda. Algo así como una espátula mal roída que se me clavaba en la piel, y se me veía incluso a través de la piel, que se me volvió algo así como de un cuero translúcido. Avergonzado todo, trataba de taparme con todo tipo de ropajes, pero curiosamente acababan de tornarse del color de mis huesos, de una especie de blanco acartonado, salpicado de unas gotas color moca. Lo que algún día engrosaba mi piel se fue convirtiendo en un liquido viscoso y repelente que me resbalaba por la espalda hasta mis piernas, y se me asomaba por fuera de los zapatos. Verme pasear por la acera era como admirar asqueado el lento pasear de una babosa por la esquina de una carretera nacional.

Así pues decidí buscar ayuda, y como casi siempre antes de pedir ayuda estuve pensando en todos los rechazos que pudiera recibir y todos los posibles que pudieran surgir si se extendiera mi extraña segregación.  Era el miedo el que me había llevado a aquel sudor frío y era el miedo el que me había paralizado como a una mosca un milisegundo antes de estrellar con el cristal de un coche... Llegaron afortunadamente algunas caricias que evitaban en lo posible sentir el hueso de mi espalda o aquel extraño caldo que comenzaba a cubrirme y adelgazarme cada vez más. Las soluciones, por su parte, no terminaban por llegar.

Cierto tiempo después llegó algo inesperado, y mientras rebuscaba entre ciertos ropajes de mi infancia, encontré algo curioso: Unos pantalones grandes con un cinturón. Resulta que eran los ropajes de mi abuelo, que un día cuando era pequeño me tuve que poner, ya que los anteriores habían resultado brutalmente manchados por diversos rincones del jardín, y empapados por completo con el agua de la manguera. Curiosamente, estos pantalones terminaron en mi casa, y por cosas de la vida jamás volvieron a su lugar de origen. No querría ahondar en la imagen que tengo de aquel hombre, dejémoslo en que sabía apreciar cada parón que le ofrecía la vida, y se reía de ella con una risa casi felina que todavía retumba en nuestros corazones. No hace falta aclarar quién es el nuevo heredero de ese par de pantalones que me pilláis ahora mismo abrochándome. No creo que sea necesario tampoco explicar cual es la razón para que vuelva a tener los pies con las uñas aferradas al suelo y como poco a poco he vuelto a coger peso, peso de ese que te hace volver a flotar y vuelve a hacerte sentir. Por tanto me desabrocho el cinturón para volver a caber en mí, para que no se me olvide como caminar y para volver a recordar que esto se acaba tan pronto que no merece la pena ponerse a sudar.


jueves, 16 de mayo de 2013

Un poco de cordura






-¿Podías dejar de encerrarte ya no? Aquí afuera ya sólo vivimos medio invierno nuclear, los soldados disparan camelias a quemarropa y algunas de sus víctimas dibujan cuadros surrealistas cinco segundos antes de fallecer. Todos los días alumbra el sol por las mañanas, menos cierta avería del día de anteayer a las nueve menos cuarto, cuando se le jodió el fusible y dejamos medio Manhattan a oscuras. Además, hemos conseguido tres o cuatro adelantos en este mundo: Ahora los hombres llevan escarabajos peloteros tatuados en la piel, las mujeres lavan las cuevas por las mañanas y los móviles incluyen por defecto en sus agendas el buzón movistar de Dios, aunque digamos que suele estar comunicando, responde tres o cuatro whatsapps al día y se toca los huevos a dos manos el resto del tiempo. Está hecho todo un cabrón.

-Va, no te creas, la celda se me ilumina de vez en cuando, suele dar calambrazos cuando tenéis luz vosotros y cuando se os funde, como que se me llena el alma de placer. ¿Seguís usando alma, o tenéis ya algún robot que os haga cosquillitas en los pies?

-Pues no lo se, ahora estamos preocupados en que los robots tengan cultura y recen tres o cuatro veces al día. Intentamos alimentarles y darles un poquito de amor, que no se deshidraten vamos. Les hemos injertado el virus del amor romántico aquel del siglo perdido, donde eran unos pre-góticos o una cosa así rara, que te mezclaba la pasión y te la embalsamaba de un sufrimiento medio agónico así como muy raros. Están como loquísimos de la cabeza y reímos en bajo cuando se tiran por un acantilado desesperados por buscar su "robot azul" o por no poder besar a sus "princesa dorada". No se si es eso lo del alma, pero bueno, ya son casi humanos.

-Hostia, veo que estáis espabilando. No seáis tan cabrones, si hasta hace cuatro días estabais igual, lo sentíais cuando pateabais una roca, la sentíais sisear entre las del resto. Sentíais un nosequé metafísico cuando la roca rozaba el acantilado y se quedaba en el filo, en un equilibrio extraño, un suspense hithckockiano, y cuando se desmayaba sin remedio hacia su destino lo sentíais. Vamos, os acordabais de que os habíais rozado un poco el pie. ¿Ya ni eso?

-Que va, ya pesamos 20 gramos menos, nos hemos quedado sin alma, les dimos muchas de nuestras estupideces a las máquinas, que ya ellas se habían cansado de razonar, y ahora bueno, queremos ser un poco máquinas, las de las de antes, porque podemos hacer incluso algo de arte, pero que sea lineal ¿me entiendes? tampoco hay que sufrirlo. Si te enamoras que sea un poco en juegos o algo así, que menos ya de enamorarse que sea en High Definition y en 3D.

-Mierda, pues me da que en los próximos cuatro milisegundos tampoco salgo, que se te ha quedado como una media sonrisa de azafata de vuelo mezclada con la Mona Lisa que me ha dejado como unas ganas de mandar un poco todo a la mierda, y, joder, hoy  me voy a portar bien. Que no es plan de salir otra vez ahí con el traje lleno de lunares y una estrella de mar en el pelo ¿no? igual alguno me da por nuevo artista y me meten ahí en la cadena de desmontaje de robots antiguos y me meten no se que aparato de limpieza por la vereda de la puerta de atrás...

-Coño, ahora mismo no te puedo ver del todo a través de las rendijas, pero seguro que no puede estar todo tan mal... A ver, lo único que te puedo decir es que huele un poco a humanidad por ahí dentro, háztelo mirar. Sino hacemos que te mire un cirujano, a ver si todavía queda parte por salvar...

-Yo, no se, hoy no estoy para estas cosas, estoy como con ganas de desgarrarme un poco  por dentro, pero a mi manera, a mi que me vengan con la mierda del cutter ese pues como que no, uno tiene una deshigiene interior, y como que quiero mantenerla. No voy a llamar a nadie a que me limpie las basuras, y creo que de hecho, no se me limpian amputando, que uno ya tiene un cariño por sus desordenes antropomórficos. Soy, en mi mismo, un antropomórfico desorden, y no tengo intención de momento en que me dividan en piezas de puzzle, ahora justo que había empezado con el mecano de la sagrada familia y como me separen en trozos lo voy a tener difícil para terminarlo. Dentro de un par de giros de reloj en contra del sentido de las agujas del reloj, y ya, si eso, salgo a la hora del Té.

-Bueno, yo mañana a las 9 y media me paso, que ya sabes que tu bunker me pilla a medio camino de ninguna parte...

-(Estas conciencias, no hay Dios que las calle. Ya ni dentro de uno mismo se puede estar tranquilo)

lunes, 4 de marzo de 2013

El reflejo


Muchas veces comienzo a pensar si esta tierra quebrada por dentro serviría de abono a mi felicidad. Muchas veces ruedan mis ideas y se descorchan unas a otras, rebotan, suenan huecas muchas, explotan en el aire otras, pero casi siempre dejan como una estela de pólvora de dudosa naturaleza. Pólvora mojada quizás. Empiezo a demonizar al blog como si fuera la causa de todos mis males y lo destierro, un par de meses, como si no fuera parte de mí. Como si lo hiciera una persona que hace de mí durante estos instantes de extraña rabia creativa.

Me pasa demasiado, y termino culpando a un todo exterior de una y todas de mis desgracias interiores. Las hay, pero también tendré yo las armas de desmontarme y de desmontaros ¿no?. Contar historias preciosas y precisas que nada o todo tengan que ver con lo que pienso, sacar la carcajada desde donde existo, y no esconderla siempre a la sombra de una carcajada falsa e inútil.


Y aquí me encuentro, una vez más, codo con codo, cara a cara y diente por diente con el retrato que surge al reflejarme en este extraño cristal. Me vuelvo a pensar con la imperfección de sentirme anfibio en un mundo de anfibios, y con el estrés vital de querer sentirme otra cosa, o poder mirarme como otra cosa. Vuelvo a escupir sobre este retrato que me he creado, y muero exhausto en la colina de mi propia fe.