sábado, 16 de noviembre de 2013

Salgan en orden

Se enroscan las palabras, como si fueran rosquillas, pero el tiempo martillea las pieles y las va dejando duras. Ahora mismo todo lo que he escrito aquí empieza a pesarme en los párpados y no me deja crecer las uñas (gran desgracia donde las haya). Oprime sin matar, o matando poco, o matando lento, no se. No es que yo lo quiera, pero mientras paseo los comercios cierran sus persianas y los coches corren hacia la chatarrería con más o menos prisa. Será eso. Será que son pensamientos que dejé olvidados al fondo a la izquierda de la nevera, y ya no sirven para cocinar.

Es eso, lo se. Aunque ponga cara de interesante delante del espejo, voy a hacerle caso a la pupila, que ya no brilla, o brilla menos, o ha perdido la mirada tranquila. Es el alboroto, es el alba roto, es el color descatalogado por haber perdido su esencia, es un estrabismo adulto y ciego.

Política de tierra quemada como última opción. Para quemar lo estanco, porque para ver si el descendiente nació cebolla o nació avestruz, habrá que destruir las radiografías. Eso al menos pienso yo cuando como alpiste, que es lo que me despierta las razones y me descoloca. Y menos mal, que todavía quedan esos pequeños raspones de lucidez, a los que aplicar Betadine en cantidades industriales que me hagan llorar a cántaros.

Que poco se habla de las bolas de paja que se les queda a los gatos en las garganta, pobres ricuras, que yo no se como se tose eso. Nosotros solo nos comemos alguna que otra espina, y nos quejamos de los peces, sin pensar que podría ser peor, podrían tener tibias.

El caso es que me estoy quedando dormido, no se ni si quiera si tendré tiempo de adecentar un poco todo esto antes de que empiece a acumular polvo y selva, y empiece todo a chirriar. Lo haré como siempre mejor supe: Una huida sin decir adiós, sin haber dicho hola. Una huida que nunca empezó.