martes, 27 de diciembre de 2011

Soplos de vida



En tardes como esa mi soledad y yo subimos hasta aquel lugar. Desde allí el sol parece brillar más fuerte y saluda con solemnidad a esa masa de gentes que se mueve de una esquina a otra, sin sentido. Desde allí descubro como el hombre a intentado arañar el cielo con sus torres, con escasa fortuna.

Las montañas resisten como pueden a esa patología destructiva del ser humano y se elevan imponentes en el horizonte. Cuando el sol empieza caer por su propio peso, se convierte el paisaje en una batalla encarnizada de luces, sombras y colores. 

Desde nuestro banco mi soledad y yo lo disfrutamos. Es el lugar ideal para desconectar de este mundo loco, y desde la tranquilidad de sentirte cerca de las nubes, poder pensar en lo que nos alegra o nos entristece, lo que  nos da la vida y lo que nos la arrebata. 

Poder respirar algo de aire antes de volver a descender a ese infierno de nubes grises y caras apagadas. Disfruto hasta el último segundo de este lugar que seguramente sea más mi hogar que el que descubro en la oscuridad de la urbe. Porque es aquí donde vuela mi imaginación cuando quiere salir de esta cárcel que algunos llaman civilización, y me da el soplo de energía que me ayuda a seguir dando pasitos. Me da fuerzas.


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